Muchas personas acuden a terapia regresiva esperando encontrar el origen de sus problemas en el pasado más remoto.

Se sorprenden cuando en vez de ir a vidas pasadas van a la infancia de esta vida. ¡Y no deberían sorprenderse! Porque el alma sabe.

El alma sabe por dónde empezar, tiene una escala de preferencias ineludible. Si lo más urgente es la niñez de esta vida, ahí es donde tiene que ir. Para el alma el tiempo no existe.

Es comprensible, entonces, que su sabiduría nos lleve a experimentar de nuevo los hechos dolorosos que vivimos en la infancia sin poder elaborarlos ni rescatar el sentido de ellos. Ante la oportunidad de sanar que se presenta, el alma pone en primer lugar lo prioritario.

Así aparecen vivencias que como niños tuvimos que vivir sin comprenderlas a cabalidad o siendo incapaces de completarlas, usando como mecanismo de defensa la disociación que nosotros llamamos «Pérdida del Alma» , y que explica el bloqueo que en la edad adulta impide recordar el trauma.

En el estado de expansión de conciencia, la experiencia surge como tal con toda su carga emocional, física y mental, permitiendo al paciente completarla, entenderla, y rescatar su aprendizaje y significado.

Por añadidura, le permite como adulto comprender y acoger al niño que fue, entregándole lo que le faltó de una forma que nadie más que el propio individuo podría ¿ Quién nos conoce más que nosotros mismos?